Ayer, cuando dormía en el sofá a la caída de la tarde, soñé contigo. No pude verte bien porque una mujer joven, a quien yo no conocía — tenía el pelo largo, de color castaño, y llevaba un vestido de flores pequeñas de falda con mucho vuelo — te llevaba en sus brazos mientras subía por una escalera que se enroscaba, como de caracol, alrededor de una torre circular que se iba estrechando, según ascendía, hasta terminar casi en punta.
Eras más pequeño de lo que fuiste nunca y la mujer te llevaba acurrucado, contra su pecho. Tú ibas callado, o estabas dormido, y yo supe que cuando la mujer llegase arriba abriría los brazos y te dejaría caer desde lo alto.
Miré entonces hacia abajo y estabas encima de mi cama, sentado y con la cabeza baja. Te dije Sánchez y, muy despacito, como si te estuviese costando un esfuerzo tremendo, levantaste hacia mí tus ojos tan tristes.
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